Comentario
La imagen románica era un extraordinario medio de adoctrinamiento de los fieles. Los programas pictóricos que cubrían en su totalidad los muros de las iglesias, o las imágenes que se disponían en las portadas monumentales, eran utilizados como un instrumento con el que se enseñaban los principios fundamentales de la religión. Cuando era necesario se recurría a las imágenes para realizar la labor catequética y de instrucción de la más viva actualidad. Correcciones morales, instrucciones sobre problemas heréticos, etc. Aunque se ha insistido mucho sobre la intelectualización de estos programas iconográficos, generalmente eran lo suficientemente explícitos para que fuesen comprendidos por el público general al que iban dirigidos.
Estos fragmentos de un texto de san Bernardo nos ilustran sobre el concepto y significado del valor de las imágenes para un hombre culto del siglo XII: "A la verdad, hay una razón respecto de los obispos y otra respecto de los monjes. Siendo aquéllos deudores a los sabios y a los ignorantes, tratan de excitar la devoción de los pueblos groseros por los atractivos corporales no pudiendo excitarla lo bastante por los espirituales... Pues la visita de estas vanidades suntuosas y brillantes -se refiere a los ricos relicarios en metales preciosos- anima a los espectadores a ofrecer su plata más que sus oraciones a Dios... Los ojos se recrean de ver las reliquias cubiertas de oro, y se abre al punto la bolsa; se muestra un excelente cuadro de un santo o de una santa, y se le juzga tanto más santo cuanto más brillo tiene. Al mismo tiempo se pasa a besarlo; se exhorta a dar, y más se admira la belleza que se venera la santidad del cuadro o del relicario.
Pero no sé de qué puede servir una cantidad de monstruos ridículos, una cierta belleza disforme y una deformidad agradable que se presenta sobre todas las paredes de los claustros a los ojos de los monjes que se aplican allí a la lectura. ¿A qué provecho estas rústicas monas, estos leones furiosos, estos monstruosos centauros, estos semihombres, estos tigres moteados, estas gentes armadas que se combaten, estos cazadores que tocan la trompeta?... En fin, se ve aquí por todas partes una tan grande y tan prodigiosa diversidad de toda suerte de animales, que los mármoles, más bien que los libros, podrían servir de lectura; y se pasarían aquí todo el día con más gusto en admirar cada obra en particular que en meditar la ley del Señor. ¡Ah Dios mío! Ya que no se tenga vergüenza de estas miserias, ¿por qué a lo menos no hay pesar por unos gastos tan necios?" ("Apología a Guillermo, abad de Saint-Thierry", en "Obras completas de san Bernardo", edic. de Gregorio Díez Ramos, vol. II, págs. 849-850, Madrid, 1955.)
La imagen de Dios es una perfecta ilustración del himno cristológico en el que se decía "Cristo vence, Cristo reina, Cristo gobierna..." Cristo triunfa, y el hombre medieval se alegraba de ello reproduciendo por doquier las imágenes de su gloria. Así aparecía representado en la hierática majestad de la visión apocalíptica o en la más dinámica de la ascensión. Su figura de héroe victorioso se manifiesta incluso en la iconografía de un aspecto de su biografía tan alejado de una glorificación épica como es su ignominiosa muerte en la cruz.